Vivimos tiempos de división partidista creciente, no solo en nuestro país sino también en Estados Unidos, no sé si en otros países también. Las diferencias en las creencias políticas están separando más a la gente que ninguna otra cosa y las actitudes autoritarias que limitan la libertad de expresión de unos y otros se extienden por todos los lados. Hoy he visto en la prensa esta entrevista a Paco Ibañez donde dice: “No toco en ayuntamientos del PP. Me da tanto asco que no me sale ni una nota” y al hilo de ello quiero dedicar esta entrada a señalar una cosa que es muy evidente pero que no solemos pensar: que no elegimos nuestras creencias, ninguno de nosotros. No estoy hablando de política, estoy hablando de la naturaleza humana, utilizo a Ibáñez como ejemplo pero podía haber tomado otros ejemplos de cualquier lugar del espectro político, o de otro país. Los que seguís el blog sabéis que uno de los hilos conductores del mismo es el del fascinante poder de las ideas - la ideología, las creencias- y la preocupación constante por el riesgo de que la mayor parte de la violencia en el mundo es violencia moralista, violencia causada por gente que cree que tiene la razón y que está haciendo el bien.
Dicho esto voy a defender eso que parece tan contraintuitivo de que no escogemos nuestras creencias. Voy a utilizar para ello un ejemplo: imaginemos que yo me enfrento por primera vez a la homeopatía, no sé nada de ella y quiero saber qué es, en qué consiste, es decir, conocerla y por lo tanto forjarme una creencia acerca de ella. Entonces me pongo a leer y me voy enterando de que dice que si diluimos un supuesto medicamento va ganando en potencia, etc, etc. Yo soy médico y tengo unos ciertos conocimientos de medicina y de física (tampoco muchos), pero automáticamente se va formando en mí la idea de que eso no tiene ni pies de cabeza y que no hay un mecanismo científico conocido que pueda sustentar las afirmaciones de la homeopatía. Si lo que dice la homeopatía es cierto se merecen varios premios Nobel, los de Medicina, Física y Química, por lo menos. Entonces, si analizamos fenomenológicamente lo que ocurre en mi mente cuando estoy formando una creencia acerca de la homeopatía es que en ningún momento se produce una bifurcación en la que tengo dos opciones: 1) creer que la homeopatía es un tratamiento con base científica 2) creer que la homeopatía no es un tratamiento con base científica, y que entonces con mi voluntad libre elijo una u otra. En mi mente sólo hay una posibilidad, yo sólo puedo pensar que la homeopatía no tiene base científica.
Cuando formo una creencia yo trato de encontrar la verdad sobre el estado del mundo en ese momento. Lo que hago se parece más a una percepción que a otra cosa. Es como si veo que el cielo es azul, yo no puedo elegir entre verlo azul o verlo verde. Con la homeopatía me ocurre lo mismo: yo no elijo entre creer que tiene base científica y creer que no. Para mí el cielo es azul y la homeopatía no es más que efecto placebo.
Pero esto que estoy comentando vale para todas las creencias. Si intento saber la verdad acerca de la existencia de Dios vuelve a ocurrir lo mismo, yo no puedo creer en Dios. No tengo la opción de creer en Dios o no creer y entonces decido que voy a no-creer. Y si hablamos de ser de derechas o de izquierdas, o nacionalista o no-nacionalista, etc., etc., etc., ocurre exactamente lo mismo. Si alguno que está leyendo esta entrada cree que no tengo razón y cree que él sí puede elegir sus creencias le desafío a que cambie sus creencias con su voluntad, a que elija otra cosa. Si por ejemplo es creyente, le desafío a que cambie sus creencias y se convierta en ateo; o si es de izquierdas le desafío a que cambie sus creencias y pase a tener las creencias de la derecha… Sencillamente no se puede.
Así que estamos muy orgullosos de nuestra ideas y vamos por ahí presumiendo de que no somos como “esos idiotas o gente mala” que no piensa como nosotros, caemos continuamente en las tres suposiciones sobre el error y nos creemos superiores a ellos, intelectual y moralmente superiores. Hablo de todos, de izquierdas y de derechas, creyentes y no creyentes, de nosotros los seres humanos. Pero presumir de nuestras creencias es como presumir de nuestra altura o del color de nuestros ojos y discriminar a los demás por sus ideas tiene la misma lógica que hacerlo por el color de su piel o por su sexo, es decir, por algo que no está bajo su control.
Me ha motivado la entrevista de Ibañez porque además aparece el asco y su relación con la moral, algo de lo que también hemos hablado aquí: Psicología del Asco, El proceso de moralización o la teoría de Haidt sobre los pilares de la moralidad. El asco juega un papel en la deshumanización de nuestros adversarios políticos o de nuestros enemigos, sean del tipo que sean. Corremos el peligro de equipararlos con otras cosas que provocan asco, como las ratas, los parásitos, etc. Y así empezamos a deslizarnos por una pendiente muy peligrosa.
@pitiklinov
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