En esta entrada voy a comentar un tema que es sencillo, casi diría que de perogrullo, pero que es contrario a la intuición de la mayoría de la gente, incluidos muchos profesionales del mundo -Psi (psiquiatras, psicólogos…). Creo que un adecuado entendimiento de este problema permitiría ayudar mejor a los pacientes mentales pero también nos beneficiaría a todos y daría un vuelco positivo a las relaciones interpersonales en general.
Empiezo por el ejemplo más conocido, la depresión. Simplificando, la persona deprimida no tiene ganas de hacer nada, ha perdido el interés por todo tipo de actividades y se queda en la cama. Entonces sus familiares y amigos le dicen cosas como “tienes que” salir más a la calle, “tienes que” ducharte, “tienes que” ir al gimnasio, o el clásico “tienes que” poner de tu parte. Entrecomillo el famoso “tienes que” porque algunos pacientes me han dicho que esos “tienes que” son como cuchillos que se les clavan en lo más profundo. Claro que saben ellos que “tienen que”, pero no tienen la motivación para hacer todas esas cosas que saben de sobra que deberían hacer. Motivación viene de motor y en la depresión se ha averiado el motor que nos empuja a hacer todas esas cosas.
El problema del que trata esta entrada es que esa dificultad o imposibilidad para que la persona deprimida haga cosas no es aparente, no la vemos (y somos criaturas visuales, no lo olvidemos). La persona deprimida no tiene la pierna rota, tiene el cuerpo en perfecto estado -bueno, suele haber cansancio y diversos dolores corporales pero vamos a obviarlo- y físicamente tiene la capacidad de levantarse. Además, lo que le pedimos no es subir al Everest, sólo que se duche y que de un paseo, algo asequible físicamente. Debido a ello, y con la mejor intención del mundo, los familiares y amigos no entienden que la persona no pueda hacerlo.
Tampoco lo entienden los médicos y los inspectores. A una paciente mía un inspector le dijo que “se pintara, que se apuntara a un gimnasio y que se comprara un perro”, literalmente. También vemos, a veces, que cuando se valora a un enfermo mental para la Ley de Dependencia se le pregunta si come solo o si se viste solo y entonces se le considera autónomo, cuando a lo mejor ese paciente no puede rendir en un trabajo, se pasa la mayor parte del día en la cama, hay que supervisarle la toma de la medicación y atender a todas las necesidades de su vida cotidiana.
Bien, creo que hasta aquí una mayoría podríamos estar de acuerdo en que existen limitaciones psicológicas, que no se ven, pero que son reales y muchas veces insuperables. Pero no quería referirme sólo a estos casos más evidentes. Las limitaciones psicológicas las tenemos todos y como resultado de que estas limitaciones son diferentes en cada persona nos encontramos con que lo que una persona puede hacer resulta imposible para otra. Todos no somos iguales en capacidad de esfuerzo, en fuerza de voluntad, en constancia, en interés por la comida, en interés por el sexo, en inteligencia, en la capacidad para preocuparnos y darle vueltas a las cosas, etc.
Cuando alguien no hace algo que nosotros hacemos con facilidad nos solemos cabrear y achacarlo a su mala intención. Arreglamos muy fácil la vida de los demás. Lo que fulano tiene que hacer es dejar de beber, lo que mengana tiene que hacer es dejar a esa pareja que la está haciendo daño y lo que zutano tiene que hacer es no preocuparse tanto de ese asunto. Si todo fuera tan fácil la vida de los psiquiatras y psicólogos sería una balsa de aceite (o no existiríamos porque la gente no tendría problemas). Lo que no vemos es lo que hay detrás en todos esos casos: las limitaciones psicológicas invisibles.
El fulano que bebe igual resulta que tiene una vida insatisfactoria donde su única evasión es beber y si le quitamos esa evasión no tiene con qué sustituirla. La mengana que está inmersa en una relación perjudicial igual resulta que está enamorada de ese hombre y creo que estaremos de acuerdo en que no es tan fácil decir: “voy dejar de querer a este hombre del que estoy locamente enamorada y me voy a enamorar de uno que me convenga más” (bueno, decirlo es fácil, otra es poder hacerlo). Y el preocupón igual resulta que es un secretario con rasgos de personalidad obsesivos y neuróticos (ver entrada sobre el neuroticismo) que tiene que repasar sus acciones por una gran inseguridad personal y sale del trabajo a las 10 de la noche porque nunca está seguro de haberlo hecho bien.
Los ejemplos serían infinitos: el perezoso o procrastinador que deja todo para el último momento cuando sería muy fácil dividir la tarea por el tiempo disponible e ir haciendo una parte cada día; el narcisista de Tolosa (todo lo sabe) que tiene que pontificar sobre todo y no puede callarse y escuchar, etc. El caso es que muchas de las personas con las que interactuamos a diario muestran conductas que no entendemos y que arreglaríamos en dos patadas…sólo “tendrían que”…
Yo, por mi parte, solo espero que tras leer esta entrada sobre la existencia de limitaciones psicológicas que no vemos seas más cauto la próxima vez que utilices la frase “tienes que” y que cuando te descubras a ti mismo empleándola te pares a pensar que igual hay una barrera alta y muy difícil de franquear explicando la conducta de esa persona que estás analizando. Es muy fácil, sólo “tienes que” hacerme caso :)
@pitiklinov
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